deja ningún reposo. Una luz brillaba todavía, en la casa de Edipo, sobre el fin de su raza; pero he aquí que es segada, insensata y furiosa, por la hoz sangrienta de los Dioses subterráneos.
¡Oh Zeus! ¿qué hombre orgulloso puede reprimir tu poder, que no es dominado ni por el sueño amo de todas las cosas, ni por los años infatigables de los Dioses? ¡Sin jamás envejecer, reinas eternamente en el esplendor del flamígero Olimpo! Una ley, en efecto, prevalecerá siempre, como siempre ha prevalecido entre los hombres.
La Esperanza engañosa es útil á los mortales, pero frustra los deseos de muchos. Ella les excita al mal, sin que lo sepan, antes de que hayan puesto el pie sobre el fuego ardiente. No sé quién ha dicho esta sentencia célebre: «Aquel á quien un dios empuja á su pérdida, toma con frecuencia el inal por el bien, y no se ve garantizado de la ruina sino por muy poco tiempo.» Pero he aquí á Hemón, el último de tus hijos. ¿Viene, lamentándose por el destino de Antígona, afligido á causa del lecho nupcial que se le rehusa?
Bien pronto lo sabremos y con más seguridad que adivinos. ¡Oh hijo! ¡Habiendo sabido la sentencia irrevocable que se ha pronunciado contra tu prometida, ¿vienes como enemigo de tu padre? ¿O, cualquiera cosa que hagamos, te somos caros?
Padre, yo te pertenezco; tú me diriges con tus sabios consejos, y yo los sigo. El deseo de unión alguna será más poderoso sobre mí que tu sabiduría.
Ciertamente, ¡oh hijo! conviene que abrigues en el corazón la idea de poner la voluntad de tu padre ante todas las cosas. Si los hombres desean tener hijos en su morada, es para que venguen á su padre de sus enemigos honren á sus amigos tanto como él mismo. Pero el que tiene hijos inútiles, ¿qué decir de él, sino que ha engendrado su propia injuria