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Página:Tragedias de Sófocles - Leconte de Lisle (Tomo I).djvu/196

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Sófocles

donde el crecimiento de la piedra la envolvió, habiéndola estrechado rígidamente como una hiedra. Jamás las lluvias ni las nieves la abandonan mientras que ella se deshace, y siempre está bañando su cuello con las lágrimas de sus ojos. Un dios va á dormirme como á ella.

Pero esa era Diosa y venía de una raza divina, y nosotros somos mortales y venimos de una raza mortal; pero es glorioso, para quien va á morir, sufrir una suerte semejante á la de los Dioses.


Estrofa III

¡Ay! Se ríen de mí. ¡Por los Dioses de la patria! ¿por qué abrumarme de ultrajes, no habiendo muerto todavía y bajo vuestros ojos? ¡Oh ciudad, oh riquísimos ciudadanos de la ciudad, oh fuentes Dirceas, oh bosques sagrados de Tebas excelentes en carnes, yo os pongo por testigos á todos á la vez! Así, no llorada por mis amigos, herida por una ley inicua, voy hacia esta prisión sepulcral que será mi tumba. ¡Ay de mí! ¡Desdichada! ¡No habitaré ni entre los vivos ni entre los muertos!

En tu extrema audacia, has tropezado con el alto asiento de Dica, ¡oh hija mía! Tú expías algún crimen paterno.


Antistrofa III

Has tocado á mis dolores más amargos, á la suerte bien conocida de mi padre, á los desastres de toda la raza de los ilustres Labdácidas. ¡Oh calamidad de las maternas nupcias! ¡Oh abrazo de mi madre infortunada y de mi padre, ella que me concibió, y él, desventurado, que me engendró! Voy á ellos, cargada de imprecaciones y no desposada. ¡Oh hermano, gozaste de un himeneo funesto, y, muerto, me has matado!

Es piadoso honrar á los muertos; pero jamás es lícito no obedecer á quien dispone del poder. Tu espíritu inflexible es el que te ha perdido.