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Página:Tragedias de Sófocles - Leconte de Lisle (Tomo I).djvu/58

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Sófocles

das ó prohibidas, celestes ó terrestres! Aunque no veas, sabes, sin embargo, por qué mal está abrumada esta ciudad, y no hemos encontrado mas que á ti, ¡oh Rey! para protector y para salvador. Febo, en efecto, si ya no lo has sabido por éstos, nos ha respondido por nuestros enviados que la única manera de librarnos de este contagio era dar muerte á los matadores descubiertos de Layo ó arrojarlos al destierro. No nos rehuses, pues, ni los augurios por las aves, ni las de ás adivinaciones; bra á la ciudad y á mismo y á mí; borra esta mancha debida al asesinato del hombre á quien se mató. Nuestra salvación depende de ti. No hay tarea más ilustre para un hombre que poner su ciencia y su poder al servicio de los demás hombres.

¡Ay! ¡ay! ¡qué duro es saber, cuando saber es inútil! Esto me era bien conocido, y lo he olvidado, porque yo no hubiera venido aquí.

¿Qué es eso? Pareces lleno de tristeza.

Vuelve á enviarme á mi morada. Si me obedeces, será, ciertamente, lo mejor para ti y para mí.

Lo que dices no es ni justo en sí, ni bueno para esta ciudad que te ha criado, si te niegas á revelar lo que sabes. Sé que hablas contra para mí.

mismo, y temo el mismo peligro

¡Te conjuro por los Dioses! No ocultes lo que sabes. Todos, tantos cuantos somos, nos prosternamos suplicándotelo.

¡Deliráis todos! Pero no ocasionaré mi desgracia, al mismo tiempo que la tuya.