hijo afortunado del destino, no seré por ello deshonrado. El buen destino es mi madre, y el desarrollo de los meses me ha hecho grande de pequeño que era. Teniendo un tal comienzo, ¿qué me importa lo demás? ¿Y por qué no he de averiguar cuál es mi origen?
¡Si soy adivino, y si preveo bien con arreglo á mi deseo, ¡oh Citerón! pongo al Olimpo por testigo, antes del fin de otra luna llena te veneraremos como el criador y el padre de Edipo y como su conciudadano, y te celebraremos con coros, porque habrás traído la prosperidad á nuestros reyes! ¡Febo! ¡que apartes los males! ¡que estos deseos sean realizados!
¡Oh joven! ¿qué hija de los Bienaventurados te ha concebido, habiéndose unido á Pan que vaga por las montañas, ó Lojias? Porque éste gusta de las cimas cubiertas de bosques. ¿Es el rey cileniense, ó el dios Baco, que habita en las altas montañas, quien te ha recibido de alguna de las ninfas heliconas con las cuales tiene costumbre de retozar?
Si me está permitido, anciano, presentir á un hombre con quien jamás he vivido, me parece ver á ese pastor que esperamos hace tanto tiempo. Su vejez recuerda la edad de este otro hombre, y reconozco por mis servidores á los que le traen; pero tú juzgarás con más seguridad que yo, tú que ya has visto á ese pastor.
Efectivamente, lo reconozco, estoy cierto; porque estaba con Layo, y le era más fiel que otro alguno como pastor.
Es el mismo que ves. ¡A ti en primer lugar, extranjero corintio! ¿Es ese el hombre que tú has dicho?