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Ayax

¡Hola! ¡tú! yo te lo digo: no sepultes ese cadáver y déjale tal como está.

¿Por qué esas palabras insolentes?

Yo lo quiero así, y el que manda el ejército lo ordena.

¿No dirás por qué motivo das esa orden?

Es que habíamos creído traer á los aqueos un compañero y un amigo, y hemos hallado en él un enemigo más funesto que los mismos frigios. Habiendo meditado la matanza del ejército, ha salido de noche para matarnos con la lanza; y, si un dios no hubiera desbaratado su designio, hubiéramos sufrido la suerte que él se ha proporcionado y estaríamos sumidos en una muerte vergonzosa, y él viviría. Pero un dios ha desviado su furor sobre nuestros rebaños. Por eso nadie es bastante poderoso para colocar ese cadáver bajo tierra. Arrojado sobre la arena amarilla de la costa, será pasto de las aves marinas. No dejes, pues, á tu corazón henchirse desmedidamente; porque, si no hemos podido reprimir á Ayax vivo, al menos lo haremos ahora que está muerto, y, si no quieres, te obligaremos por la fuerza. Jamás, vivo, quiso obedecer á mis palabras. Sin embargo, es de un mal espíritu que un simple ciudadano se niegue á obedecer á los magistrados. Jamás serán respetadas las leyes en la ciudad si se sacude el temor, y jamás un ejército obedecerá á las órdenes de los jefes estando libre de temor y de pudor. Antes bien, es preciso que todo hombre, cualquiera fuerza que posea, piense, sin embargo, que puede ser abatido por una pequeña falta. Sabe, pues, que está sano y salvo el que tiene temor y pudor; pero también que la ciudad en que prevalezcan la violencia y la injuria tiene que ser tal como una nave que perece después de una co-