puesto que has engañado enteramente mi esperanza. Tú que, en efecto, eras, de todos los argivos, el más grande enemigo de Ayax, sólo tú has venido en su ayuda, y, vivo, no has insultado á un muerto, como ese estratega insensato y su hermano lo han hecho queriendo dejarle ignominiosamente insepulto. Por eso, que el padre Zeus, dueño del Olimpo, que la inevitable Erinia y que la Justicia que distribuye los castigos hieran á esos miserables, del mismo modo que ellos han querido llenar de ultrajes á Ayax insepulto. Pero á ti, ¡oh raza del viejo Laertes! temo en verdad dejarte que toques esa tumba, recelando desagradar al muerto. Ayúdanos en las demás cosas, y si quieres que algún otro del ejército venga á los funerales, ello no nos desagradará.
Quería, en efecto, ayudaros, pero si ello no te es agradable, parto, cediendo á tu deseo.
Basta, ha transcurrido ya mucho tiempo. En cuanto á vosotros, que los unos preparen una fosa profunda; que los otros pongan sobre el fuego un alto trípode destinado á los baños piadosos, y que una tropa de hombres traiga de la tienda las armas de Ayax. Tú, hijo, rodea tiernamente con tus brazos el cuerpo de tu padre, tanto como puedas, y levanta sus costados conmigo. En efecto, los brillantes labios de su herida arrojan aún una sangre negra. ¡Vamos! ¡que cualquiera que se llame su amigo venga y se apresure á venir en ayuda de este hombre bueno entre todos y el mejor de los mortales!
Ciertamente, la experiencia enseña muchas cosas á los hombres. Antes de que el acontecimiento nos sea manifies—to, ningún adivino nos dirá lo que ha de ocurrir.