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Sofocles

hermana, y, habiéndote llevado y salvado, te crié hasta esta edad para vengar la muerte paterna. Ahora, pues, Orestes, y tú, el más querido de los huéspedes, Pílades, se trata de deliberar con prontitud sobre lo que es preciso hacer. Ya el brillante resplandor de Helios despierta los cantos matina— les de las aves y cae la negra Noche llena de astros. Antes de que hombre alguno salga de la morada, celebrad consejo; porque, en el estado de las cosas, no ha ya lugar á vacilar, sino á obrar.

¡Oh el más querido de los servidores, cuántas señales. ciertas me das de tu benevolencia hacia nosotros! En efecto, como un caballo de buena raza, aunque envejezca, no pierde ánimo en el peligro, sino que levanta las orejas, así tú nos excitas y nos sigues de los primeros. Por eso te diré lo que he resuelto. Tú, escuchando mis palabras con toda tu atención, repréndeme si me engaño. Cuando iba á buscar el oráculo pítico, para saber cómo había de castigar á los matadores de mi padre, Febo me respondió lo que vas á oir: «Tú solo, sin armas, sin ejército, secretamente y por medio de emboscadas, debes, por tu propia mano, darles justa muerte.» Así, puesto que hemos oído este oráculo, tú, cuando sea tiempo, entra en la morada, para que, habiendo averiguado lo que allí ocurre, vengas á decírnoslo con certeza. No te reconocerán ni sospecharán de ti, después de tanto tiempo, y habiendo blanqueado tus cabellos. Diles que eres un extranjero focidio, enviado por un hombre llamado Fanoteo. Y, en efecto, éste es su mejor aliado. Anúnciales también, y júrales, que Orestes ha sido víctima del destino por una muerte violenta, habiendo caído de un carro veloz en los Juegos Píticos. ¡Que tales sean tus palabras! Nosotros, después de haber hecho libaciones á mi padre, como está ordenado, y depositado sobre su tumba nuestros cabellos cortados, volveremos aquí, llevando en las manos la urna de bronce que he escondido en las breñas, como sabes, á lo que pienso. Así les engañaremos con falsas palabras, trayéndoles la feliz noticia de que mi cuerpo ya no existe, que está quemado y reducido á ceniza. ¿Por qué, en efecto, me había de ser penoso estar muerto en las palabras, puesto que vivo y adquiriré gloria? Creo que no hay palabra alguna de mal augurio, si ella es útil. He visto ya con mucha frecuencia sabios que se decía muertos volver á su morada y verse más honrados; por lo cual, estoy