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Electra

seguro de que yo también, vivo, apareceré como un astro ante mis enemigos. ¡Oh tierra de la patria! y vosotros, Dioses del país, recibidme favorablemente; y tú también, ¡oh casa paterna! porque vengo, impulsado por los Dioses, para purificarte con la expiación del crimen. No me despidáis deshonrado de esta tierra, sino haced que afirme mi casa y posea las riquezas de mis ascendientes. Basta. Tú, anciano, entra y haz tu oficio. Nosotros, salgamos. La ocasión apremia, en efecto, y ella es la que preside á todas las empresas de los hombres.

¡Ay de mí!

Me parece, ¡oh hijo! que he oído á una de las sirvientes suspirar en la morada.

¿No es la infortunada Electra? ¿Quieres que permanezcamos aquí y escuchemos sus quejas?

No, per cierto. Sin cuidarnos de cosa alguna, nos hemos de apresurar á cumplir las órdenes de Lojias. Debes, sin preocuparte de esto, hacer libaciones á tu padre. Esto nos asegurará la victoria y dará un feliz término á nuestra empresa.

¡Oh Luz sagrada, Aire que llenas tanto espacio como la tierra, cuántas veces habéis oído los gritos innumerables de mis lamentos y los golpes asestados á mi ensangrentado pecho, cuando se va la noche tenebrosa! Y mi lecho odioso, en la morada miserable, sabe las largas vigilias que paso, llorando á mi desgraciado padre, á quien Ares no ha recibido, como un huésped ensangrentado, en una tierra extraña, sino de quien mi madre y su compañero de lecho, Egisto, hendieron la cabeza con un hacha cruenta, como