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Sofocles

los leñadores hacen con una encina. ¡Y nadie más que yo te compadece, ¡oh padre! víctima de esa muerte indigna y miserable! Pero yo no cesaré de gemir y de lanzar amargos lamentos, mientras vea el fulgor centelleante de los astros, mientras vea la luz del sol; y, semejante al ruiseñor privado de sus pequeñuelos, ante las puertas de las paternas moradas prorrumpiré en mis agudos gritos en presencia de todos. ¡Oh morada de Ades y de Perséfona, Hermes subterráneo y poderosa Imprecación, y vosotras, Erinias, hijas inexorables de los Dioses! venid, socorredme, vengad la muerte de nuestro padre y enviadme á mi hermano; porque, sola, no tengo fuerza para soportar la carga de duelo que me oprime.

Estrofa I

¡Oh hija, hija de una madre indignísima, Electra! ¿por qué estás siempre profiriendo los lamentos del pesar insaciable por Agamenón, por aquel que, envuelto en otro tiempo por los lazos de tu madre llena de insidias, fué herido por una mano impía? ¡Que perezca el que hizo eso, si es lícito desearlo!

Hijas de buena raza, vosotras venís á consolar mis penas. Lo sé y lo comprendo, y nada de esto se me escapa; sin embargo, no cesaré de llorar á mi desgraciado padre; antes bien, por esa amistad misma, ofrecida por entero, os conjuro ¡ay de mí! que me dejéis con mi dolor.

Antistrofa I

Y, sin embargo, ni con tus lamentos, ni con tus súplicas, harás venir á tu padre del pantano de Ades común á todos; sino que, en tu aflicción insensata y sin límites, causará tu pérdida siempre gemir, puesto que no hay término para tu mal. ¿Por qué deseas tantos dolores?

Es insensato quien olvida á sus padres víctimas de una