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Electra
Épodo

Te hablo así por benevolencia, aconsejándote como una buena madre, para que no aumentes tu mal con otros males.

¿Hay una medida para mi dolor? ¿Está bien no cuidarse de los muertos? ¿Dónde está el hombre que piensa así? No quiero ni ser honrada por semejantes hombres, ni gozar en paz de la dicha, si se me concede, no acordándome de rendir á mis padres el honor que les es debido, y comprimiendo el ardor de mis agudos gemidos. Porque si el muerto, no siendo nada, yace bajo tierra, si éstos no espían la muerte con la sangre, todo pudor y toda piedad perecerán entre los mortales.

En verdad, ¡oh hija! he venido aquí tanto por ti como por mí. Si no he hablado bien, tú llevas la ventaja y te obedeceremos.

Ciertamente, tengo vergüenza, ¡oh mujeres! de que mis lamentos os parezcan demasiado repetidos; pero perdonadme, la necesidad me obliga á ello. ¿Qué mujer de buena raza no se lamentaría así viendo las desgracias paternas que, día y noche, parecen aumentar más bien que disminuir? En primer lugar, tengo por mi más cruel enemiga á la madre que me concibió; después, yo habito mi propia morada juntamente con los matadores de mi padre; estoy bajo su poder, y depende de ellos que posea alguna cosa ó que carezca de todo. ¿Qué días crees que vivo, cuando veo á Egisto sentarse en el trono de mi padre, y, cubierto con los mismos vestidos, derramar las libaciones en ese hogar ante el que le degolló? ¿Cuando, finalmente, veo este supremo ultraje: el matador acostándose en el lecho de mi padre con mi miserable madre, si es lícito llamar madre á la que se acuesta con ese hombre? Es de tal modo insensata, que habita con él sin temer á las Erinias. Antes bien, por el contrario, como