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Sófocles

regocijándose del crimen realizado, cuando vuelve el día en que mató á mi padre con ayuda de sus insidias, celebra coros danzantes y ofrece víctimas á los Dioses salvadores. Y yo, desdichada, viendo aquéllo, lloro en la morada, y me consumo, y, sola conmigo misma, deploro esos festines funéstos que llevan el nombre de mi padre; porque no puedo lamentarme abiertamente tanto como quisiera. Entonces, mi madre bien nacida, en alta voz, me llena de injurias tales como éstas: «¡Oh detestada por los Dioses y por mí! ¿eres la única cuyo padre haya muerto? ¿Ningún otro mortal está de duelo? ¡Que tú perezcas miserablemente! ¡Que los Dioses subterráneos no te libren jamás de tus lágrimas!» Ella me llena de estos ultrajes. Pero si alguna vez alguien anuncia que Orestes debe volver, entonces grita, llena de furor: «¿No eres tú causa de esto? ¿No es ésta tu obra, tú que, habiendo arrebatado á Orestes de mis manos, le has hecho criar secretamente? ¡Pero sabe que sufrirás castigos merecidos!» Así ladra, y de pie á su lado, su ilustre amante la excita, él, cobarde y malvado, y que no lucha sino con ayuda de las mujeres! ¡Y yo, esperando siempre que la vuelta de Orestes ponga término á mis males, perezco durante este tiempo, desgraciada de mí! Porque, prometiendo siempre y no cumpliendo nada, destruye mis esperanzas presentes y pasadas. Por eso, amigas, no puedo moderarme en medio de tales miserias, ni respetar fácilmente la piedad. Quien está sin cesar abrumado por el mal, aplica forzosamente al mal su espíritu.

Dime, ¿mientras nos hablas así, Egisto está en la morada ó fuera?

Ha salido. Créeme, si hubiese estado en la morada, yo nohubiera podido traspasar el umbral. Está en el campo.

Si ello es así, te hablaré con más confianza.

Ha salido. Di, pues, lo que quieras.