Página:Tragedias de Sófocles - Leconte de Lisle (Tomo II).djvu/168

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
164
Sófocles

Agamenón! ¿cómo has venido aquí? ¿Eres tú el que nos ha salvado, á éste y á mí, de innumerables males? ¡Oh amadísimas manos! ¡Oh tú, cuyos pies nos han prestado un felicísimo servicio! ¿por qué me engañabas, cuando estabas presente, y no te revelabas á mí, sino que, al contrario, me matabas con tus palabras, teniendo por mí tan benévolos designios? Salud, ¡oh padre! porque me parece ver á un padre. ¡Salud! ¡Sabe que, de todos los hombres, eres el que en un mismo día he más aborrecido y más amado!

Basta. Numerosas noches y numerosos días transcurrirían, Electra, si me fuese preciso referirte lo que ha pasado desde aquel tiempo; pero á vosotros dos, que estáis aquí, os digo que ha llegado el tiempo de obrar. Clitemnestra está ahora sola y no hay hombre alguno en la morada; pero, si tardáis, pensad que tendréis que combatir, juntamente con éstos, á otros muchos enemigos más hábiles.

¡No hay necesidad de más largos discursos, Pílades! Es preciso entrar apresuradamente, habiendo saludado primero las imágenes de los Dioses paternos, á todas, tantas cuantas están, bajo este propíleo.

¡Rey Apolo! Escúchanos favorablemente, á ellos y á mi que frecuentemente he tendido hacia ti mis manos llenas de presentes, tanto cuanto he podido. Ahora, ¡oh Apolo Licio! vengo á ti, suplicándote con palabras, la única cosa que poseo; y te pido y te suplico que nos ayudes benévolamente en esta empresa, y que muestres á los hombres qué recompensas reservan los Dioses á la impiedad.

Estrofa 1

¡Ved adónde se precipita Ares que respira una sangre ineluctable! Entran en la morada, los Perros inevitables,