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Sófocles

piedad, lamentan mi destino y me dan además algunos alimentos y algunos vestidos; pero, en cuanto hablo de ello, todos se niegan á conducirme seguramente á mi patria; y, mísero, me veo roído por el hambre y los dolores, este es ya el décimo año, y alimentando una llaga voraz. He aquí lo que me han hecho, ¡oh hijo! los Atreidas y Odiseo. ¡Que los Dioses les inflijan á su vez males semejantes á los que yo he sufrido!

Yo también, no menos que los extranjeros que ya han venido aquí, no puedo sino tener piedad de ti, hijo de Peano.

Y yo sé que tus palabras son veraces, y puedo atestiguarlo, habiendo sufrido á causa de esos hombres malvados, los Atreidas y Odiseo.

¿También tú has recibido alguna injuria de los malditos Atreidas, que así estás irritado?

¡Plegue á los Dioses que, con mi mano, sacie un día mi cólera y que Micenas y Esparta aprendan que también Esciros produce hombres valientes!

¡Bien, oh hijo! Pero ¿de qué procede esa gran cólera que hace que estés aquí?

¡Oh hijo de Peano! Diré, aunque con disgusto, los ultrajes que recibí de ellos cuando llegué. En cuanto la Moira hubo cortado el destino de Aquileo...

¡Oh Dioses! No digas más, antes de que sepa ante todo si, en verdad, ha muerto el hijo de Peleo.