¿Qué dices?
¡Jamás, jamás! ¡Tenlo por cierto, aun cuando el Portafuego fulgurante me consumiera con los ardores del rayo!
¡Que perezca Ilión! ¡Que perezcan todos los que la cercan y que pudieron rechazarme á causa de mi pie! Pero, ¡oh extranjeros! conceded al menos una sola de mis súplicas.
Si tenéis con vosotros una espada, un hacha, ú otra arma cualquiera, dádmela.
¿Qué quieres hacer con ella?
¿Para qué?
¡Cortarme la cabeza y las articulaciones de las manos!
No pido, en fin, mas que la muerte.
¿En dónde?
Para encontrar á mi padre.
En el Hades, porque sin duda no goza ya de la luz. ¡Oh patria, pluguiera á los Dioses que me fuese concedido volver á verte, á mí, hombre desgraciado, que abandoné tus sagradas fuentes para ayudar á los odiosos danaos! Ya no soy nada.
TOMO II