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Ayax

por fin en qué estado había caído. Y yo, llena de temor, ¡oh amigo! le referí todo, en cuanto lo sabía. Y al punto se lamentó con alaridos lúgubres tales como jamás había oído salir de él; porque acostumbraba á decir que lamentarse de ese modo era de un hombre cobarde y de un corazón vil.

Por eso, cuando estaba acometido por el dolor, sin gritos ni lamentos, gemía sordamente como un toro que muge. Ahora, abrumado por ese infortunio, sin beber ni comer, permanece sentado é inmóvil en medio de los animales degollados por el hierro; y es evidente que medita algún mal designio, porque lo atestigua con sus palabras y con sus gemidos. Por eso, ¡oh queridos! es por lo que he venido. Entrad, y, si podéis, id en su ayuda, porque los hombres tales como éste suelen ser persuadidos por las palabras de sus amigos.

¡Ay de mí! ¡Ay!

Tecmesa, hija de Teleutas. nos refieres cosas terribles diciéndonos que este hombre está atacado de demencia.

¡Ay de mí!

Parece que su mal va á crecer. ¿No oís cómo Ayax lanza clamores?¡Ay de mí! ¡Hijo, hijo!

¡Otra vez! Parece víctima del mal ó turbado por el recuerdo de los males pasados.


¡Desdichada de mí! Eurisaces, él te llama. ¿Qué tiene en la mente? ¿Dónde estás? ¡Desgraciada de mí!