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Sófocles

En verdad, pienso como tú, y temo que esta plaga no haya sido infligida á este hombre por un dios. ¿Cómo, en efecto, puesto que se halla librado de su mal, no está más alegre que cuando estaba enfermo?

Las cosas son así, sábelo bien.

¿Cuáles han sido los comienzos de ese mal que le ha invadido? Dínoslo, á nosotros que gemimos contigo.

Te diré todo lo que ha sucedido, puesto que compartes mi dolor. En plena noche, cuando las antorchas de la velada ya no ardian, habiendo cogido una espada de dos filos, pareció querer salir sin razón. Entonces le interpelé con estas palabras: «¿Qué haces, Ayax? ¿Adónde vas, no llamado, ni apremiado por algún mensaje, ni por el sonido de la trompeta? Ahora, todo el ejército duerme.» Y él me respondió esta breve frase siempre dicha: «Mujer, el sitencio es el honor de las mujeres.» Habiéndole oído, me calléy él se lanzó solo afuera. y no sé lo que ha sucedido en el intervalo. Después, volvió, trayendo á su tienda, atados juntos, toros, perros de pastor y todo un botín cornudo, y cortó la cabeza á los unos, y, derribando á los otros, les degolló y les hizo pedazos; y ató á otros, que desgarró á latigazos, hiriendo aquel ganado como si hiriese á hombres. Después, se lanzó fuera, hablando con voz ronca á no sé qué espectro, insultando, tan pronto á los Atreidas, tan pronto Odiseo, con risas y envaneciéndose de haberse vengado de sus injurias. Después, se precipitó en su tienda, y, volviendo en sí ál cabo de largo rato, cuando vió su morada llena de carnicería por su demencia, se golpeó la cabeza, gritó y se arrojó sobre los cadáveres del rebaño degollado, mesándose los cabellos con las uñas. Y permaneció así largo tiempo mudo. Luego, me amenazó con un gran castigo si no le revelaba todo lo que había ocurrido, y me preguntó