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todos los amos, y no son capaces de crearse una patria.

En cuanto al que perturbaba al pueblo con las esperanzas mantenidas desde Nehemias, lo mejor era suprimirlo.

Según el Tetrarca, no había motivo para precipitarse. "Iaokanann peligroso! ¡Vamos!", y aparentaba tomarlo a risa.

—Cállate!—. Entonces ella volvió a referir su humillación el día en que se halló en el camino de Galaad, cuando la cosecha del bálsamo—, Había, a orillas del río, muchas personas que volvían a ponerse sus vestidos, y al lado, sobre un montículo, un hombre les hablaba. Llevaba alrededor de los riñones una piel de camello, y su cabeza parecía la de un león. En cuanto me vió escupió sobre mí todas las maldiciones de los profetas. Sus pupilas llameaban; su voz, rugía; levantaba los brazos como para arrancar el trueno. ¡Imposible huir! Las ruedas de mi carro se habían hundido en la arena hasta los ejes, y tuve que alejarme lentamente, recogiéndome en mi manto, helada por aquellas injurias que caían sobre mí como lluvia de tempestad.

Iaokanann no la dejaba vivir. Cuando le prendieron, atándole con ligaduras, los soldados tenían orden de coserle a puñaladas si se resistía; pero él se mostró dócil. Habían introducido serpientes en su prisión; pero las serpientes aparecieron muertas.

La inanidad de aquellas maquinaciones exaspeDer w