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raba a Herodías. Además, ¿por qué luchaba contra ella? ¿Qué interés le guiaba? Sus discursos, gritados ante las multitudes, se habían extendido; circulaban, llenaban el aire, y por todas partes los oía. Contra el ataque de las legiones hubiera tenido valor. Pero aquella fuerza, más perniciosa que la cuchilla y que no se podía sujetar, era estupefacciente. Pensando en ello recorría la terraza pálida de ira, sin encontrar palabras que expresaran lo que la sofocaba.

Temía también que acaso el Tetrarca, cediendo a la opinión, se resolviera a repudiarla. Entonces, todo estaría perdido. Desde niña alimentaba el sueño de un gran imperio. Por llegar a realizarlo fué por lo que, desligándose de su primer esposo, se había unido a este otro que, probablemente, iba a defraudarla.

Buen apoyo he buscado al entrar en tu familia!

Vale lo que la tuya!—dijo sencillamente el Tetrarca.

Herodías sintió hervir en sus venas la sangre de los patriarcas y los reyes, sus antepasados.

¡Pero si tu abuelo barría el templo de Ascalón! Y los otros eran pastores, bandidos, conductores de caravanas, una horda, tributaria de Judá desde los tiempos del rey David! Todos mis ascendientes han vencido a los tuyos. El primero de los Makkaabí os arrojó de Hebrón. Hyrkan os obligó a circuncidaros!

Y exhalando el desprecio de la patricia hacia el Digit zed by