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demás. Vitelio afirmó que los criminales serían castigados.

Frente al pórtico, donde los soldados habían colgado sus escudos, estallaron agrias vociferaciones. Las cubiertas estaban deshechas, y se veía sobre el umbo la imagen de César. Esto era para los judíos una idolatría. Antipas les arengó, mientras Vitelio, al pie de las columnas, sentado en su alto sitial, se asombraba de su furor.

Había hecho bien Tiberio en desterrar a cuatrocientos en Cerdeña. Pero aquí, en su tierra, eran más fuertes, y mandó retirar los escudos.

Entonces rodearon al procónsul, implorando reparación de injusticias, privilegios, limosnas. Se destrozaban las ropas, se aplastaban, y para hacer sitio, los esclavos golpeaban con sus bastones a derecha e izquierda. Los más inmediatos a la puerta descendían por el sendero, mientras otros subían. Luego volvían. Cruzábanse dos corrientes en aquella masa de hombres que oscilaba comprimida en el recinto de las murallas.

Vitelio preguntó por qué había tanta gente.

Antipas dijo la causa: era el festín de su cumpleaños, y le mostró a muchos hombres que, inclinados sobre las almenas, halaban con cuerdas inmensos cestos de viandas, frutas y legumbres.

Subían también antílopes y cigüeñas, anchos pescados que azuleaban, uvas, sandías y pirámides de granadas. Aulio no se contuvo. Precipitóse hacia las cocinas, arrastrado por aquella gula que había de sorprender al universo.