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como mandíbulas de cocodrilo. En fin, el Tetrarca tenía en Macherus municiones de guerra para cuarenta mil hombres.

Había ido reuniéndoles en previsión de una alianza con sus enemigos. Pero el Procónsul podía creer, o aparentarlo, que eran para combatir a los romanos, y pedía explicaciones.

Desde luego no eran suyas; muchas servían para defenderse de los bandidos; otras hacían falta contra los árabes; también dijo que todo aquello había pertenecido a su padre. Y en vez de ir detrás del Procónsul, iba delante, con paso muy rápido. Luego se colocó pegado al muro que cubría con su toga, y con los dos codos separados; pero se veía lo alto de una puerta por encima de su cabeza. Vitelio la vió y quiso saber lo que allí se encerraba. Sólo el babilonio podía abrirla.

"Llama al babilonio!" Y esperaron.

Su padre había venido desde las orillas del Eúfrates a ofrecerse al gran Herodes con quinientos caballeros, para defender las fronteras orientales. Después del reparto del reino, Iazim había permanecido en casa de Filipo, y ahora servía a Antipas.

Se presentó con un arco al hombro y un látigo en la mano. Cordones multicolores apretaban estrechamente sus piernas torneadas. Sus fuertes brazos salían de una túnica sin mangas, y un gorro de piel sombreaba su rostro, cuya barba llevaba rizada en anillos.

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