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bieran conocido su secreto. Aquella resistencia impacientó a Vitelio.

— Hundid eso!—gritó a los lictores.

Mannaei había adivinado lo que les afanaba.

Creyó al ver un hacha que iban a decapitar a laokanann, y detuvo al lictor al primer golpe sobre la plancha. Introdujo entre ella y el pavimento una especie de gancho; luego, estirando sus largos y nervudos brazos, la levantó suavemente, acabando por derribarla. Bajo la doble cubierta de madera extendíase una trampa de la misma dimensión. De un puñetazo separáronse las dos mitades, y apareció entonces un agujero, una enorme fosa que rodeaba una escalera sín rampa. Los que se asomaron al borde divisaron en el fondo una cosa incierta y espantable.

119 Había allí un ser humano echado en el suelo, bajo por la maraña de sus largos cabellos revueltos con las pieles de fiera que le abrigaban la espalda. Se levantó. Con la frente tocaba en una reja de barrotes horizontales, y de vez en cuando desaparecía en las profundidades de su antro.

Refulgía el sol en el remate de las tiaras y en el pomo de las espadas, caldeaba generosamente las losas; y las palomas, revoloteando desde sus pisos, daban la vuelta por encima del patio. Era la hora en que Mannaei acostumbraba a echarlas el grano. Ahora permanecía en euclillas delante del Tetrarca, que estaba en pie junto a Vitelio.

Galileos, sacerdotes y soldados formaban círculo De deco o