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Sin duda—replicó Eleazar—es lícito casarse con la mujer de un hermano; pero Herodias no estaba viuda, y además tenía un hijo, y aquí es donde empieza la abominación.

Error, error!—objetaba el saduceo Jonathas. La ley condena esos matrimonios, sin proscribirlos en absoluto.

—¡No importa! Son muy injustos conmigo—decía Antipas, porque, en fin, Absalón durmió con las mujeres de su padre: Judá, con su nuera; Ammon, con su hermana; Lot, con sus hijas.

Aulio, que se levantaba de dormir, apareció en aquel momento. Cuando se enteró del asunto, aprobó al Tetrarca. No debía molestarse por semejantes tonterías. Y se reía mucho del vituperio de los sacerdotes y del furor de Iaokanann.

Herodías, de pie sobre las gradas, se volvió hacia él.

—Te equivocas, señor. Iaokanann ordena al pueblo que niegue los impuestos.

—Es verdad eso?—preguntó en seguida el publicano.

Las respuestas fueron, por lo general, afirmativas, y el Tetrarca las reforzó.

Vitelio pensó que el prisionero podía fugarse, y como la conducta de Antipas le pareció sospechosa, puso centinelas en las puertas, a lo largo de los muros y en el patio.

Luego se fué hacia su cuarto. Las diputaciones de sacerdotes le acompañaron.

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