Página:Tres cuentos - G. Flaubert (1919).pdf/134

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
132
 

Todos vieron con la imaginación a un anciano bajo un vuelo de cuervos, al rayo encendiendo el altar: los pontífices idólatras arrojados a los torrentes. En sus tribunas, las mujeres pensaban en la viuda de Sacepta.

Jacob se fatigaba repitiendo que le conocía, que él le había visto, y el pueblo también.

—Su nombre!

Entonces gritó con todas sus fuerzas.

—Jaokanann!

Antipas se retorció como si hubiera sido herido en medio del pecho. Los saduceos habían saltado sobre Jacob. Eleazar peroraba para hacerse oír.

Cuando se restableció el silencio, dobló su manto y dijo, como un juez que propone sus preguntas:

Puesto que el profeta ha muerto!...

Interrumpiéronle murmullos. No se creía en la muerte de Elías, sino en su desaparición.

Se volvió contra la muchedumbre, y luego continuó su interrogatorio:

—¿Tú piensas que ha resucitado?

—¿Por qué no?—dijo Jacob.

Los saduceos alzaron los hombros. Jonathas, entornando sus ojuelos, se esforzaba en reir, lo mismo que un bufón. Nada tan necio como la pretensión del cuerpo a la vida eterna; y declamó, para el Procónsul, este verso de un poeta contemporáneo:

Nec crescit, nec post mortem durare videtur.

Cotized by