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Se paseaban las dos juntas detrás de las tapias, y hablaban siempre de Virginia, preguntándose si tal cosa la hubiera gustado, o lo que hubiera dicho, probablemente, en tal ocasión.

Todo lo suyo estaba en un armario de la alcoba grande, y la señora Aubain lo inspeccionabacon la menor frecuencia posible. Un día de estío se decidió, y al abrir el mueble volaron unas mariposas.

Los vestidos estaban alineados bajo un tablero en el que había tres muñecas, aros, una casita y la jofaina que ella usaba. Sacaron también faldas, medias, pañuelos, y los tendieron sobre los dos lechos antes de doblarlos. Alumbraba el sol aquellas tristes prendas, dejando ver las manckas y los pliegues formados por los movimientos del cuerpo. El aire era cálido y azul; piaba un mirlo; todo parecía vivir en una profunda dulzura. Encontraron un sombrerito de felpa peluda, color marrón; pero estaba todo comido de bichos. Felicidad lo reclamó para ella. Se miraron una a etra, y los ojos se les Ilenaron de lágrimas. Por fin el ama abrió los brazos, y la criada se arrojó en ellos, y se estrecharon dando suelta a su dolor en un beso que las igualaba.

Era la primera vez en su vida, porque la señora.

Aubain no había sido nunca de natural expansivo.

Felicidad se lo agradeció como si fuera un beneficio, y desde entonces la quiso con abnegación brutal y veneración religiosa.

La bondad de su corazón iba desarrollándose.