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tos ochenta francos. El jardín la proveía de legumbres. En cuanto a ropa, tenía la necesaria para vestirse hasta el fin de sus días, y ahorraba luz acostándose al anochecer..

Apenas salía, por no ver la tienda del prendero donde se exhibían algunos muebles de los de casa.

Desde su accidente arrastraba una pierna, y como sus fuerzas disminuían, la tía Simón, arruinada en su comercio, iba todas las mañanas a partir la leña y subir agua.

Sus ojos se debilitaron. No abría ya las persianas. Pasaron muchos años, y la casa no se alquilaba ni se vendía.

Por miedo a que la despidieran, Felicidad no solicitaba ninguna reparación. Las vigas del techo se pudrían; su mismo almohadón se mojó durante todo el invierno. Después de Pascuas escupió sangre.

Entonces la tía Simón recurrió al médico. Felicidad quiso saber lo que tenía. Pero como era demasiado sorda, sólo pudo coger una palabra:

"Pneumonía." La conocía ya, y replicó dulcemente: "Ah, como la señora!" Sin duda, le parecía natural seguir a su ama.

Llegaba el día de los altares.

El primero lo ponían siembre abajo de la cuesta, el segundo delante del correo, el tercero a mitad de la calle. Con tal motivo estallaban rivalidades, y las vecinas de la parroquia escogieron, por último, el patio de la señora Aubain.

De deco o