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vés, y la pantera, desdeñosamente, dejó caer una flecha que llevaba en la boca.

Veíase en sus gestos socarrones que se burlaban. Al mismo tiempo que le observaban con el rabillo del ojo, parecían meditar un plan de venganza; y ensordecido por el zumbar de los insectos, golpeado por las colas de los pájaros, sofocado por sus alientos, caminaba con los brazos extendidos y los párpados cerrados, como un ciego, sin tener fuerza siquiera para gritar: "Perdón!" Vibrá en el aire el canto de un gallo. Respondieron otros. Era el alba. Al otro lado de los naranjos distinguió la techumbre de su palacio.

Luego vió, en las lindes de un campo, a tres pasos de intervalo, perdices rojas que revoloteaban en los surcos. Soltó su capa y la tendió sobre ella como una red. Cuando llegó a descubrirla, no halló más que una sola y muerta hacía ya mucho tiempo, corrompida.

Esta decepción le exasperó más que todas. La sed de sangre volvía a apoderarse de él. Faltando los animales, hubiera querido matar hombres.

Escaló las tres terrazas, hundió de un puñetazo la puerta; pero al pie de la escalera el recuerdo de su mujer le enterneció el corazón. Estaba dormida, sin duda, e iba a sorprenderla.

Se quitó las sandalias, volvió la llave con cuidado y entró.

Las vidrieras, guarnecidas de plomo, oscureDigitized b