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cían la palidez del alba. Julián se enredó los pies en los vestidos que yacían por tierra; un poco más lejos tropezó con la credencia, cargada todavía de vajilla. "Ha comido, sin duda", se dijo, y avanzó hacia el lecho, hundido entre las tinieblas, en el fondo de la estancia. Cuando estuvo a la orilla, se inclinó para besar a su mujer sobre la almohada donde descansaban las dos cabezas, una junto a otra. Entonces sintió contra su boca laimpresión de una barba.

Retrocedió, creyendo que se había vuelto loco; pero volvió junto al lecho y palpó hasta encontrar unos cabellos muy largos. Para convencerse de su error volvió a pasar lentamente la mano por el almohadón. ¡Era una barba lo que encontraba esta vez! ¡Y un hombre! ¡Un hombre acostado con su mujer!

Estalló en una cólera inmensa; saltó sobre ellosa puñaladas, pateando, echando espuma y aullando como una bestia feroz. Luego se detuvo.

Los muertos, atravesado el corazón, ni siquiera se habían movido. Escuchó atentamente los dos estertores casi iguales, y a medida que iban debilitándose, otro muy lejano los continuaba. Confusa al principio, aquella voz lastimera, sostenida insistentemente, se acercaba, se henchía, llegaba a ser cruel y reconoció aterrorizado el bramido del enorme ciervo negro.

Y, como se volviera, creyó ver en el marco de la puerta el fantasma de su mujer, con una luz en la mano.

De iece oy