miso. Bien pronto lo encontró. Porque una mañana bajó Julia descompuesta, con los espléndidos ojos enrojecidos, y le dijo:
—Ay, Enrique; esto no se puede ya tolerar; esto no es casa ni familia: esto es un infierno. Mi padre se ha enterado de nuestras relaciones, y está furioso. ¡Figúrate que anoche, porque me defendi, llegó a pegarme!
—¡Qué bárbaro!
—No lo sabes bien. Y dijo que te ibas a ver con él...
—¡A ver, que venga! Pues no faltaba más.
Mas, por lo bajo, se dijo: «Hay que acabar con esto, porque ese ogro es capaz de cualquier atrocidad si ve que le van a quitar su tesoro; y como yo no puedo sacarle de trampas...» —Di, Enrique, ¿tú me quieres?
—¡Vaya una pregunta ahora...!
—Contesta, jine quieres?
—¡Con toda el alma y con todo el cuerpo, nena!
—¿Pero de veras?
¡Y tan de veras!
—:Estás dispuesto a todo por mí?
—¡A todo, sí!
—Pues bien, róbame, llévame. Tenemos que escaparnos; pero lejos, muy lejos, adonde no pueda llegar mi padre.
—¡Repórtate, chiquilla!
—¡No, no, róbame; si me quieres, róbame! ¡Róbale