nunca ni de sus padres, ni de sus parientes, ni de su pueblo, ni de su niñez. Sabíase sólo que, siendo muy niño, había sido llevado por sus padres a Cuba, primero, y a Méjico después, y que allí, ignorábase cómo, habia fraguado una enorme fortuna, una fortuna fabulosa hablábase de varios millones de duros—, antes de cumplir los treinta y cuatro años, en que volvió a España, resuelto a afincarse en ella. Decíase que era viudo y sin hijos, y corrian respecto a él las más fantásticas leyendas. Los que le trataban teníanle por hombre ambicioso y de vastos proyectos, muy voluntarioso, y muy tozudo, y muy reconcentrado. Alardeaba de plebeyo.
—Con dinero se va a todas partes—solía decir.
—No siempre, ni todos—le replicaban.
—¡Todos no; pero los que han sabido hacerlo, si!
Un señoritingo de esos que lo ha heredado, un condesito o duquesín de alfeñique, no, no va a ninguna parte, por muchos millones que tenga; pero yo? ¿Yo? ¿Yo, que he sabido hacerlo por mí mismo, a puño? ¿Yo?
¡Y había que oír cómo pronunciaba yol En esta afirmación personal se ponía el hombre todo.
—Nada que de veras me haya propuesto, he dejado de conseguir. ¡Y si quiero, llegaré a ministro! Lo que hay es que yo no lo quiero.