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Nada menos que todo un hombre

Don Victorino palideció, sin decir nada. Don Alberto Menéndez de Cabuérniga era un riquísimo hacendado, disoluto, caprichoso en punto a mujeres, de quien se decía que no reparaba en gastos para conseguirlas; casado, y separado de su mujer. Había casado ya a dos, dolándolas espléndidamente.

Y qué dices a eso, padre? Te callas?

—¡Que estás loca!

—No, no estoy loca ni veo visiones. Pasea la calle, ronda la casa. ¿Le digo que se entienda contigo?

—Me voy, porque si no, esto acaba mal.

Y levantándose, el padre se fué de casa.

—¡Pero hija mía, hija mia!

—Te digo, madre, que esto ya no le parece mal; te digo que era capaz de venderme a don Alberto.

La voluntad de la pobre muchacha se iba quebrando. Comprendía que hasta una venta seria una redención. Lo esencial era salir de casa, huir de su padre, fuese como fuese.

***

Por entonces compró una dehesa en las cercanías de Renada una de las más ricas y espaciosas dehesasun indiano, Alejandro Gómez. Nadie sabía bien de su origen, nadie de sus antecedentes, nadie le oyó hablar

Tres novelas
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