Página:Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920).pdf/124

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
120
Miguel de Unamuno

más terrible, le imponía una especie de extraño amor.

Porque ella, Julia, no quería querer a aquel aventurero, que se había propuesto tener por mujer a una de las más hermosas, y hacer que luciera sus millones; pero, sin querer quererle, sentiase rendida a una sumisión que era una forma de enamoramiento. Era algo así como el amor que debe encenderse en el pecho de una cautiva para con un arrogante conquistador. ¡No la había comprado, no! Habíala conquistado.

«Pero él se decía Julia—, me quiere de veras?

¿Me quiere a mí? ¿A mi?, como suele decir él. ¡Y cómo lo dice ¡Cómo pronuncia yo! ¿Me quiere a mí, o es que no busca sino lucir mi hermosura? ¿Seré para él algo más que un mueble costosísimo y rarísimo? ¿Estará de veras enamorado de mí? ¿No se saciará pronto de mi encanto? De todos modos, va a ser mi marido, y voy a verme libre de este maldito hogar, libre de mi padre.

¡Porque no vivirá con nosotros, no! Le pasaremos una pensión, y que siga insultando a mi pobre madre, y que se enrede con las criadas. Evitaremos que vuelva a entramparse. Y seré rica, muy rica, inmensamente rical » Mas esto no la satisfacía del todo. Sabíase envidiada por las renatenses, y que hablaban de su suerte loca, de que su hermosura le había producido cuanto podía producirla. Pero ¿la quería aquel hombre? ¿La quería de veras? «Yo he de conquistar su amor—decíase —y