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Nada menos que todo un hombre

¡Puede usted hacer de mi lo que quieral —¿Qué quieres decir con eso?—preguntó él, insistiendo en seguir tuteándola.

—No sé... No sé lo que me digo...

¿Qué es eso de que puedo hacer de ti lo que quiera?

—Sí, que puede...

—Pero es que lo que yo—y este yo resonaba triunfador y pleno—quiero es hacerte mi mujer.

A Julia se le escapó un grito, y con los grandes ojos hermosísimos irradiando asombro, se quedó mirando al hombre, que sonreía y se decía: «Voy a tener la mu— jer más hermosa de España.» —¿Pues qué creías...?

—Yo crei..., yo creí...

Y volvió a romper el pecho en lágrimas ahogantes.

Sintió luego unos labios sobre sus labios y una voz que le decía:

—Si, mi mujer, la mía..., mía.... mía... ¡Mi mujer legítima, claro está! ¡La ley sancionará mi voluntad! ¡O mi voluntad la ley!

—Si.... tuya!

Estaba rendida. Y se concertó la boda.

¿Qué tenia aquel hombre rudo y hermético que, a la vez que le daba miedo, se le imponía? Y, lo que era