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Miguel de Unamuno

Por celos, o porque les faltaron ellas...

—Bah, bah, bahl Los celos son cosa de estúpidos.

Sólo los estúpidos pueden ser celosos, porque sólo a ellos les puede faltar su mujer. ¿Pero a mí? ¿A mi? A mi no me puede faltar mi mujer. ¡No pudo faltarme aquélla, no me puedes faltar túl —No digas esas cosas. Hablemos de otras.

—¿Por qué?

—Me duele oírte hablar así. ¡Como si me hubiese pasado por la imaginación, ni en sueños, faltarte...!

—Lo sé, lo sé sin que me lo digas; sé que no me faltarás nunca.

—¡Claro!

—Que no puedes faltarme. A mi? Mi mujer? Imposible! Y en cuanto a la otra, a la primera, se murió ella sin que yo la matara.

Fué una de las veces en que Alejandro habló más a su mujer. Y ésta quedóse pensativa y temblorosa. ¿La quería, sí o no, aquel hombre?

¡Pobre Julial Era terrible aquel su nuevo hogar; tan terrible como el de su padre. Era libre, absolutamente libre; podía hacer en él lo que se le antojase, salir y entrar, recibir a las amigas y aun amigos que prefiriera.