Bueno, ya te he dicho que no me gustan frases de novelas sentimentales. Cuanto menos se diga que se le quiere a uno, mejor.
Y, después de una breve pausa, continuó:
—A ti te han dicho que me casé en Méjico, siendo yo un mozo, con una mujer inmensamente rica y mucho mayor que yo, con una vieja millonaria, y que la obligué a que me hiciese su heredero y la maté luego. ¿No te han dicho eso?
—Si, eso me han dicho.
—¿Y lo creíste?
—No, no lo creí. No pude creer que matases a tu mujer.
—Veo que tienes aún mejor juicio que yo creia ¿Cómo iba a matar a mi mujer, a una cosa mía?
¿Qué es lo que hizo tembiar a la pobre Julia al oír esto? Ella no se dió cuenta del origen de su temblor, pero fué la palabra cosa aplicada por su marido a su primera mujer.
— Habria sido una absoluta necedad—prosiguió Alejandro— ¿Para qué? ¿Para heredarla? ¡Pero si yo disfrutaba de su fortuna lo mismo que disfruto hoy de ella!
¡Matar a la propia mujer! ¡No hay razón ninguna para matar a la propia mujer!
—Ha habido maridos, sin embargo, que han matadoa sus mujeres—se atrevió a decir Julia.
—¿Por qué?