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Nada menos que todo un hombre

Quien te matará es él, él, tu marido. ¡Y no serás la primera!

—¡Eso es una infamia, señor conde; eso es una infamia! ¡Mi marido no mató a su mujer! ¡Y váyase, váyase; váyase y no vuelva!

—Me voy; pero... volveré. Me llamarás tú.

Y se fué, dejándola malherida en el alma. «¿Tendrá razón este hombre—se decía—. ¿Será asi? Porque él me ha revelado lo que yo no queria decirme ni a mi misma. ¿Será verdad que me desprecia? ¿Será verdad que no me quiere?»

Empezó a ser pasto de los cotarros de maledicencin de la corte lo de las relaciones entre Julia y el conde de Bordaviella. Y Alejandro, o no se enteraba de ello, o hacía como si no se enterase. A algún amigo que empezó a hacerle veladas insinuaciones le atajó diciéndole: «Ya sé lo que me va usted a decir; pero déjelo.

Esas no son más que habladurías de las gentes. ¿A mí?

¿A mí con ésas? ¡Hay que dejar que las mujeres románticas se hagan las interesantes!» ¿Sería un...? ¿Sería un cobarde?

Pero una vez que en el Casino se permitió uno, de-