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Nada menos que todo un hombre

No sé si me estás adulando o insultando.

—Bueno! ¡La neurastenia! ¡Y yo que te creía en camino de curación...!

—Por supuesto, vosotros los hombres podéis hacer lo que se os antoje, y faltarnos...

—¿Quién te ha faltado?

—¡Tú!

—¿A eso llamas faltarte? ¡Bah, bah! ¡Los libros, los libros! Ni a mi se me da un pitoche de la Simona, ni...

—¡Claro! ¡Ella es para ti como una perrita, o una gatita, o una monal —Una mona, exacto; nada más que una mona! Es a lo que más se parece. ¡Tú lo has dicho: una mona!

¿Pero he dejado por eso de ser tu marido?

—Querrás decir que no he dejado yo por eso de ser tu mujer...

—Veo, Julia, que vas tomando talento...

—¡Claro, todo se pegal —¿Pero de mí, por supuesto, y no del michino?

—¡Claro que de til —Pues bueno; no creo que este incidente rústico te ponga celosa... ¿Celos tú? ¿Tú? ¿Mi mujer? ¿Y de esa monal Y en cuanto a ella, la doto, y encantada!

—Claro, en teniendo dinero...

—Y con esa dote se casa volando, y le aporta ya al marido, con la dote, un hijo. Y si el hijo sale a su pa-