ver en sí como de un sueño; y como si se hubiese tragado con los ojos, ahora otra vez fríos y cortantes, aquellas dos lágrimas, dijo:
—Esto no ha pasado, eh, Julia? Ya lo sabes; pero yo no he dicho lo que he dicho... ¡Olvídalol —¿Olvidarlo?
—Bueno, guárdatelo, y como si no lo hubieses oído!
—Lo callaré...
—Cállatelo a ti misma!
—Me lo callaré; pero...
153 —¡Bastal —Pero, por Dios, Alejandro, déjame un momento, un momento siquiera... ¿Me quieres por mí, por mí, y aunque fuese de otro, o por ser yo cosa tuya?
— Ya te he dicho que lo debes olvidar. Y no me insistas, porque si insistes, te dejo aquí. He venido a sacarte; pero has de salir curada.
—¡Y curada estoy!—afirmó la mujer con brio.
Y Alejandro se llevó su mujer a su casa.
Pocos días después de haber vuelto Julia dei manicomio, recibía el conde de Bordaviella, no una invitación, sino un mandato de Alejandro para ir a comer a su casa.