Página:Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920).pdf/156

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
152
Miguel de Unamuno

Julia temblaba, sintiéndose al borde de la locura; de la locura de terror y de amor fundidos.

—¿Y ahora—añadió la pobre mujer abrazando a su marido y hablándole al oído—, ahora, Alejandro, dime, me quieres?

Y entonces vió en Alejandro, su pobre mujer, por vez primera, algo que nunca antes en él viera; le descubrió un fondo del alma terrible y hermética que el hombre de la fortuna guardaba celosamente sellado.

Fué como si un relámpago de luz tempestuosa alumbrase por un momento el lago negro, tenebroso de aquella alma, haciendo relucir su sobrehaz. Y fué que vió asomar dos lágrimas en los ojos fríos y cortantes como navajas de aquel hombre. Y estalló.

—¡Pues no he de quererte, hija mía, pues no he de quererte! ¡Con toda el alma, y con toda la sangre, y con todas las entrañas; más que a mí mismo! Al principio, cuando nos casamos, no. ¿Pero ahora? ¡Ahora sí!

Ciegamente, locamente. Soy yo tuyo más que tú mía.

Y besándola con furia animal, febril, encendido, como loco, balbuceaba: «Julia! Julial Mi diosal ¡Mi todol» Ella creyó volverse loca al ver desnuda el alma de su marido.

— Ahora quisiera morirme, Alejandro—le murmuró al oído, reclinando la cabeza sobre su hombro.

A estas palabras, el hombre pareció despertar y vol-