yo entonces loca, no habría dicho, como dije, que era usted mi amante...
—Pero...
—¿Pero qué, señor conde?
—Es que quieren ustedes declararme a mí loco o volverme tal? ¿Es que va usted a negarme, Julia...?
—¡Doña Julia o señora de Gómez!
—¿Es que va usted a negarme, señora de Gómez, que, fuese por lo que fuera, acabó usted, no ya sólo aceptando mis galanteos...; no, galanteos, no; mi amor...?
—¡Señor conde...!
—¿Que acabó, no sólo aceptándolos, sino que era usted la que provocaba y que aquello iba...?
—Ya le he dicho a usted, señor conde, que estaba entonces loca, y no necesito repetirselo.
Va usted a negarme que empezaba yo a ser su amante?
—Vuelvo a repetirle que estaba loca.
—No se puede estar ni un momento más en esta casa. ¡Adiós!
El conde tendió la mano a Julia, temiendo que se la rechazaría. Pero ella se la tomó y le dijo:
— Conque ya sabe usted lo que le ha dicho mi marido. Usted puede venir acá cuando quiera, y ahora que estoy yo, gracias a Dios y a Alejandro, completa-