NAI A MENOS QUE TODO UN HOMBRE mente curada, curada del todo, señor conde, seria de mal efecto que usted suspendiera sus visitas.
—Pero Julia...
—¿Qué? ¿Vuelve usted a las andadas? ¿No le he dicho que estaba entonces loca?
—A quien le van a volver ustedes loco, entre su marido y usted, es a mí...
—¿A usted? ¿Loco a usted? No me parece fácil...
—¡Claro! ¡El michino!
Julia se echó a reír. Y el conde, corrido y abochornado, salió de aquella casa decidido a no volver más a ella.
Todas esas tormentas de su espíritu quebrantaron la vida de la pobre Julia, y se puso gravemente enferma, enferma de la mente. Ahora sí que parecía que de veras iba a enloquecer. Caía con frecuencia en delirios, en los que llamaba a su marido con las más ardientes y apasionadas palabras. Y el hombre se entregaba a los transportes dolorosos de su mujer procurando calmarla. «Tuyo, tuyo, tuyo, sólo tuyo y nada más que tuyo!», le decía al oído, mientras ella, abrazada a su cuello, se lo apretaba casi a punto de ahogarlo.
La llevó a la dehesa a ver si el campo la curaba.