BERTA. JAh, si; es cierto que es usted viuda!
RAQUEL. Viuda... Viuda... Siempre lo fuí. Creo que naci viuda... Mi verdadero marido se me murió antes de yo nacer... ¡Pero dejémonos de locuras y desvaríos! ¿Y cómo lleva a Juan?
BERTA.—Los hombres...
RAQUEL. ¡No, el hombre, el hombre! Cuando me dijo que yo le habia salvado a nuestro Juan de las mujeres me encogí de hombros. Y ahora le digo, Berta, que tiene que atender al hombre, a su hombre. Y buscar al hombre en él...
BERTA. De eso trato; pero...
RAQUEL. Pero qué?
BERTA. Que no le encuentro la voluntad....
RAQUELY viene usted a buscarla aqui acaso?
BERTA.— ¡Oh, no, no! Pero....
RAQUEL—Con esos peros no irá usted a ninguna parte...
BERTA. ¿Y adónde he de ir?
RAQUEL.—¿Adónde? ¿Quiere usted que le diga adónde?
Berta, intensamente pálida, vaciló, mientras los ojos de Raquel, acerados, hendían ef silencio. Y al cabo:
BERTA.—Sí. ¿Adónde?
RAQUEL. A Ser madre! Esa es su obligación. ¡Ya que yo no he podido serlo, séalo usted!
Hubo otro silencio opresor, que rompió Berta exclamando: