embargo, los postulados por los que luchamos hoy to- davía están inscriptos ya en aquellos artículos sobre la mujer, que también entonces como ahora, eran un magnífico programa de reivindicaciones femeninas.
De su bello programa sólo pasó a la historia una frase del artículo décimo que transcribo por entero:
“Nadie puede ser maltratado por sus opiniones. La mujer que tiene el derecho de subir al cadalso, debe igual- mente tener aquel de subir a la tribuna, siempre que sus reclamaciones no perturben el orden establecido por las leyes.”
Sólo se recuerda aquello “del derecho de subir al cadalso” que también a ella le tocara. Frase que años más tarde fué comentada por Madame de Concordet cuando respondiendo al primer Cónsul, Napoleón, que dijera: “No me agrada que las mujeres se mezclen en política”, ingeniosamente contestara: “En un país donde se les corta la cabeza, es muy natural que ellas pretendan, por lo menos, saber por qué se la cortan”.
Pero el resto del programa de Olimpia ha caído en el olvido aunque es el mismo que hoy nos presentan mu- chos, como postulados modernos. Fueron, sin embargo, proclamados hace más de 150 años!
Artículo 1. — La mujer nace libre y es igual en de- rechos al hombre. Las diferencias sociales no pueden fundarse sino en la utilidad pública.
Artículo 6. — La ley debe ser la expresión de la vo- luntad general, por lo tanto, todos, hombres y mujeres deben coneurrir personalmente o por medio de sus re- presentantes a formarlas.”
No forman acaso estos dos artículos reunidos una cla- rísima expresión de lo que es la democracia, mutilada
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