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democrática y que no era de temer ninguna prepoten- cia oculta de los EE. UU. sobre nuestras Naciones de América, acepté formar parte de la Comisión,

Debía mi ingreso en ella ser ratificado por mi propio Gobierno.

Nos pusimos al trabajo.

Pero el año 1933 en cuyo mes de Diciembre debía celebrarse esa 7? Conferencia Pan Americana en Mon- tevideo, fué nefasto para la vida política de mi país. Un golpe de Estado, gestado en un cuartel, arrasó con lo más preciado de nuestra democracia: sus libertades!

De regreso de la Conferencia del desarme encontré el cuadro más desolador para nuestra democracia: ciu- dadanos encerrados o exilados, y nuestra ejemplar or- ganización política, devastada.

No me permitía mi conciencia cívica prestar mi co- laboración a un Gobierno de fuerza, y así como aban- doné su representación en la Liga de Naciones, rehusé formar parte de la Comisión Inter Americana de Mu- jeres, porque el precio de mi incorporación oficial, ha- bría sido la aceptación y reconocimiento del Gobierno cuartelero que nos regía.

Sin embargo del año 29 al 33 habíamos trabajado econ entusiasmo y con bríos. A fines del 32 el Gobierno legal, por el órgano de su poder legislativo, y a insti- gación y empuje de aquel gran demócrata que tanto secundó nuestros esfuerzos, Baltazar Brum, votaba la ley reconociendo nuestros derechos polítios, por los que veníamos luchando desde tantos años.

El Tratado de Montevideo, firmado por cuatro Go- biernos, quedó abierto a la firma y ratificación de todos los de América en primer término y de todos los demás después.

Este tratado trajo refuerzos singulares a la obra que paralelamente y de acuerdo común se realizaba en Gi- nebra. Ello explica que fueran precisamente sudameri-

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