Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/10

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 6 —

que cuando se nos acaban las balas no tenemos de dónde sacarlas.

Le prometí surtirlo de ellas, si teníamos la fortuna de observar fiel y estrictamente la paz celebrada.

Me contestó que por su parte no omitiría esfuerzo en ese sentido, apelando al testimonio de Bustos para probarme que él era muy amigo de los cristianos. En la Carlota tengo parientes; mi madre era de allí, me repitió varias veces, agregando siempre: ¡cómo no he de querer á los cristianos si tengo su sangre !

Después que se marchó, mandé ver con el capitán Rivadavia si Mariano Rosas estaba en disposición de que habláramos de nuestro asunto, el tratado de paz.

Mi viaje tenía por objeto orillar ciertas dificultades que surgían de la forma en que había sido aceptado.

Me contestó que estaba á mis órdenes, que fuera á su toldo cuando gustara.

No le hice esperar.

Entré en el toldo.

El hombre almorzaba rodeado de sus hijos y mujeres.

Se pusieron de pie todos, me saludaron atenta y respetuosamente, y antes de que hubiera tenido tiempo de acomodarme en el asiento que me designaron, me pusieron por delante un gran plato de madera con mazamorra de leche muy bien hecha.

Me preguntaron si me gustaba así ó con azúcar.

Contesté que del último modo, y volando la trajeron en una bolsita de tela pampa.

No había almorzado aún. Comí, pues, el plato de mazamorra sin ceremonias.

Me ofrecieron más y acepté.

Mis aires francos, mis posturas primitivas, mis bromas con los indiecitos y las chinas le hacían el mejor efecto al cacique.