Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/11

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 7 —

—Usted ha de dispensar, hermano, me decía á cada momento.

Cuando le miraba fijamente, bajaba la cara, y cuando creía que yo no le veía, me miraba de hito en hito.

Hablamos de una porción de cosas insignificantes, mientras duró la mazamorra, que á eso sólo se redujo el almuerzo.

Meses antes, por cartas me había invitado para que nos hiciéramos compadres.

Me presentó á mi futura ahijada.

Era una chinita como de siete años, hija de cristiana.

Más predominaba en ella el tipo español que el araucano.

La senté en mis rodillas y la acaricié, no era huraña.

Por fin, entramos á hablar de las paces, como se dice allí.

Mariano fué quien tomó la palabra.

—Yo, hermano, quiero la paz porque sé trabajar y tengo lo bastante para mi familia cuidándolo. Algunos no la han querido; pero les he hecho entender que nos conviene. Si me he tardado tanto en aceptar lo que usted me proponía, ha sido porque tenía muchas voluntades que consultar.

En esta tierra el que gobierna no es como entre los cristianos.

Allí manda el que manda y todos obedecen.

Aquí, hay que arreglarse primero con los otros caciques, con los capitanejos, con los hombres antiguos.

Todos son libres y todos son iguales.

Como se ve, para Mariano Rosas nosotros vivimos en plena dictadura y los indios en plena democracia.

No creí necesario corregir sus ideas.

Por otra parte me hubiera visto un tanto atado para demostrarle y probarle que el Gobierno, la autoridad,