Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/20

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todas las músicas que quieran. Pero con el acordeón, no, no. Estoy harto de la facha de ese demonio.

Y dirigiéndome al negro, proseguí en estos términos:

—¡ Vete! ¡ vete !

El negro me obedeció.

Como pegado al suelo describía con su cuerpo curvas á derecha é izquierda, adelante atrás.

Estaba ebrio como una cabra.

—¡Vete! ¡ vete ! lejos de aquí, volví á decir.

Y Camargo, viendo que el negro me revolvía la bilis, se levantó, y tomándole de un brazo le enseñó el portante.

Libre de aquella bestia, verdaderamente negra, resollé dando un resoplido como cuando en día canicular, jadeantes de fatiga, nos tendemos á nuestras anchas sobre cómodo sofá, habiendo escapado á las garras de alguno de esos soleros cuya vida es contar sus pleitos ó sus cuitas con la autoridad.

José se había quedado dormido.

Camargo se sentó, y bajo la influencia del aguardiente cayó en una especie de letargo.

Examiné su fisonomía.

Es lo que se llama un gaucho lindo.

Tiene una larga melena negra, gruesa como cerda, unos grandes ojos, rasgados, brillantes y vivos, como los de un caballo brioso; unas cejas y unas pestañas largas, sedosas y pobladas; una gran nariz algo aguileña; una boca un tanto deprimida, y el labio inferior bastante grueso.

Es blanco como un hombre de raza fina, tiene algunos hoyos en la cara y poca barba.

Es alto, delgado y musculoso.

Su frente achatada y espaciosa, sus pómulos saltados, su barba aguda, sus anchas espaldas, su pecho en