Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/22

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suspiro, y se envolvió en las nieblas de sus recuerdos dolorosos.

—Vamos, hombre—le dije,—cuéntame tu vida.

—Señor—me contestó.—Mi vida es corta y no tiene nada de particular. No soy mal hombre, pero he sido muy desgraciado.

Yo soy de San Luis; de allá por Renca; mis padres han sido gente honrada y de posibles. Me querían mucho y me dieron buena educación.

Sé leer y escribir, y también sé cuentas. Desde chiquito era medio soberbio. Cuando me hice hombrecito, se me figuraba que nadie podía ser más que yo.

Cuando oía decir que había un gaucho guapo, lo buscaba á ver si me decía algo.

Me gustaba ser militar, y soñaba con ser general.

No había hecho mal á nadie, aunque tenía bastante mala cabeza.

Siempre andaba en parrandas, jugadas y peleas; pero nadie dirá que le pegué de atrás.

Me enamoré de la hija del comandante N... La muchacha me quería. Yo era joven, pues aquí donde me ve no tengo más que veinticuatro años (parecía tener treinta y dos).

A más de eso como mis padres tenían alguna platita, yo andaba siempre aviao. El comandante N... sabía mis amores con su hija, no le gustaban. Un día me atropelló en las carreras, y vino á darme una pechada; yo le enderecé mi caballo y lo puse patas arriba con flete y todo. Era muy fantástico y no me lo perdonó.

Desde esa vez, decía siempre que me había de matar. Yo estaba en guardia. Me achacaron varias cosas, nada me probaron. Hubo una bulla de revolución.

Me fueron á prender. Eran cuatro de la partida.

¡Qué me habían de tomar! Sabía bien que me iba en