Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/58

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que es cuando el sol pica un poco; mandé agrandar el fogón, se calentó agua, se pusieron unos churrascos, tomamos mate y nos desayunamos.

El campo presentaba el aspecto brillante de una superficie plateada; había helado mucho, la escarcha tenía, en los lugares donde la tierra estaba más húmeda, cuatro líneas de espesor.

Junto con el sol sopló el cierzo pampeano y comenzó á levantarse la niebla en todas direcciones.

La helada iba desapareciendo gradualmente, los rayos solares, abriéndose paso al través del velo acuoso que pretendia interceptarlos.

El calórico, causa y efecto de todo cuanto constituye el planeta en que vivimos, disipaba el fenómeno que el mismo había originado.

Eran las ocho de la mañana, y el horizonte y el cielo estaban ya completamente despejados.

Bebieron los caballos, ensillamos, montamos y rumbeando al Sud, tomamos el camino de Quenque, de jando a la izquierda el que conducía á las tolderías de Calfucurá.

Galopamos un rato, hasta que los animales sudaron, subiendo siempre por un terreno arenoso, salpicado de arbustos; descendimos después entrando en una zona más accidentada, y, al rato, descubrimos hacia el Oriente los primeros toldos de la tribu de Baigorrita y algún ganado vacuno y yeguarizo.

Hice alto para no alarmar á los vigilantes y desconfiados moradores de aquellas comarcas, que veloces como el viento no tardaron en ponerse á tiro de fusil de nosotros para reconocernos.

Destaqué sobre ellos á Mora, les habló, y al punto estuvieron junto con él á mi lado, saludándome y dándome la bienvenida.

Nada sabían de mi visita á Baigorrita.