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echa, brillar y desaparecer las bellotas incandescentes como juegos diamantinos.

La carda tiene otra virtud recóndita.

Cuando el caminante fatigado de cansancio y apurado por la sed, encuentra una carda frondosa, se detiene al pie de ella, como el árabe en el fresco oasis.

Arranca el tallo, y en el alvéolo que quede entre las hojas, encuentra siempre gotas de agua cristalina, fresca y pura, que son el rocío de la noche guarecido allí contra los inclementes rayos del sol.

Conversé un momento con los recién llegados, y después que los avié con hierba, azúcar, tabaco y papel, seguí la marcha, cortando ellos para sus told s.

Galopamos un rato y llegamos á un monte bastante tupido y abundante en árboles seculares. Las quemazones habían hecho estragos en aquellos gigantes de la vegetación. Algunos estaban carbonizados desde el tronco hasta la copa, y al menor empuje perdían su quicio y caían deshechos en mil pedazos.

Encontré buen pasto y resolví descansar allí un buen rato. Aunque no lo hubiera resuelto habría tenido que hacer alto largo tiempo.

Una mula espantadiza se asustó del ruido de un calderón medio quemado, que se vino al suelo por arrancar un gajo para hacer fuego y calentar agua, disparó é hizo disparar las tropillas.

El tiempo que se tardó en repuntarlas bastó para tomar algunos mates.

Mudamos, y estando á medio camino de Quenque, y siendo temprano, seguí la marcha por entre el bosque, tardando como una hora en salir de él.

Caímos á un bajo, cruzamos un salitral y avistamos al mismo tiempo en las cuchillas de unos médanos lejanos, unos polvos que venían hacia nosotros.

Poco tardamos en encontrarnos.