Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/61

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 57 —

Era gente de Baigorrita que salia á recibirme.

Hicimos alto, destacamos nuestros respectivos parlamentarios, cambiamos muchas razones, y formando un solo grupo nos lanzamos al gran galope.

Otros polvos que se alzaron en la misma dirección de los anteriores, anunciaron que Baigorrita venía ya.

Yo no podía olvidar que conmigo venían los franciscanos y que me había comprometido á que volvieran á su convento sanos y salvos. Veía por momentos el instante en que daban una rodada y se rompían el bautismo. Recogí la rienda á mi caballo, acorté el galope y seguimos al trote.

Baigorrita se acercaba ccmo con unos cincuenta jinetes. Estábamos á la altura de la casa del capitanejo Caniupán, amigo ranquelino que había conocido en la frontera; indio manso y caballero, de los pocos que no piden cuanto sus ojos ven.

Baigorrita no anduvo con las ceremonias imponen tes de Ramón, ni con los preámbulos fastidiosos de Mariano Rosas. En cuanto nos pusimos á distancia de pedernos ver las caras, hicimos alto.

Se destacó solo, y yo también.

Picamos al mismo tiempo nuestros caballos, y sin más ni más, nos dimos un apretón de manos y un abrazo, como si fuera la milésima vez que nos veíamos.

El grupo que venía y el que iba se confundieron en uno solo.

Galopábamos y conversábamos con Baigorrita, sirviéndole á él de lenguaraz, Juan de Dios San Martín, un chilenito, de quien hablaré en oportunidad, y á mí, Mora.

Baigorrita no habla en castellano, lo entiende apenas.

En media hora más de camino estuvimos en su toldo.

Allí nos esperaba alguna gente reunida.